Independencia y justicia

Autora: Marianela Mancilla Andrade
Todavía es pleno invierno cuando una mañana cualquiera, se percibe por todo el ambiente, ese aroma tan característico de la harina cruda tostándose lentamente al fuego de la estufa. El sartén tipo callana, adornado de capas negras costrosas, abraza y quema lentamente con su infierno las harinas ahora morenas y olorosas. A juzgar por las bandadas de bandurrias hundiendo sus largos picos en los pozones de la pampa trasera, me resisto a creer que una vez mas tendremos que adivinar si el tiempo nos va a acompañar el día del desfile o habrá que cargar con las mantillas sobre los vestidos de china prestados, que lo único que hacen es estropear la única pinta decente que podemos lucir cada dieciocho de septiembre. De algún modo muy misterioso ya la mami Olga se ha armado de las hojarascas para hacer alfajores con relleno de chancaca. También escondió por ahí unas naranjas que utilizará para hacer galletas con unos moldes tan antiguos como todos los utensilios de su cocina y guardo la esperanza de probar alguna después que las haya rayado. El olor a humo en la cocina corona todas las preparaciones, los calcetines y los calzones que cuelgan sobre la araña de madera empotrada en un palo rojo de pellín que la sostiene estoico desde siempre. La atmósfera de fiesta que se avecina, no logra apagar la tristeza de este pueblo, sus calles vacías y el andar parsimonioso del reloj invisible que gobierna sus días.
Entrado septiembre, el agua contenida y a punto de reventar con cualquier viento norte, continúa amenazando en forma de grandes manchones plomos el horizonte lejano. Entre el día once y el dieciocho, se oyen los ecos rabiosos de algunos viejitos en las cantinas recordando entre caña y caña de bigotedo, tiempos idos de violencia y pobreza; está última aun les acompaña, se patenta en los cuellos gastados de sus camisas, en lo raído de sus paletós, en los bordes desteñidos del pañuelo que les suena los mocos ya casi en completa ebriedad.
¿Qué es la independencia?, ¿Quiénes son esos señores estirados a quienes nunca hemos visto y a los que tenemos que hacer una venia cuando pasamos desfilando?, La mami Olga y los otros asistentes han quedado tras la cortina de gente de trajes vistosos e impecables, autoridades los llamó quien relata el pasar de las comitivas que marchan bajo el cielo negruzco. Se estira como puede para poder verme pasar, tras la gorra verde y las ginetas brillantes de un uniforme impecable que es lo único que puedo observar desde aquí.
Era de esperarse. Comienza en forma de goterones que juguetean impulsados por el viento, repentinamente se transforman en millones de proyectiles que nos acribillan a todos, incluso a las autoridades a pesar de la lona instalada para impedir que se mojaran en caso de lluvia. Logro divisar a la Mami Olga a lo lejos, hace una seña con la mano levantada y corro hacia ella. Me cubre con su chal y desaparecemos raudas entre la única multitud que verá la plaza del pueblo antes de vaciarse nuevamente por completo hasta la entrada del verano, tiempo de cosecha y temporeros.
El dieciocho no es mas que eso, un desfile siempre boicoteado por el agua, un vestido prestado que lucir para bailar cueca, el aroma de la harina cruda tostándose lentamente en la estufa y unas naranjas con la piel herida por un rayador, que la mami guarda para mi después de escapar de la granizada que espanta a moros y cristianos. La naturaleza sabe de justicia, pero no de independencia, en eso nos parecemos.
Marianela Mancilla Andrade, Licenciada en Educación, Profesora de Educación Básica, Magíster en Comprensión Lectora y Producción de Textos y escritora oriunda de la localidad de Corte-Alto.