abril 2, 2025
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El autor rememora la vertiente materna de su familia, narrando una historia que reconstruye una porción de memoria femenina.

MEMORIA MATERNA

Autor: Cristian Oyarzo

Nuestra madre se llama Nora Barrientos Lagos. Es hija de la finada María Catalina Lagos, nuestra abuela. Catalina Lagos era hija de Filomena Raimilla, nuestra bisabuela. Y Filomena Raimilla era, a su vez, hija de Pascuala Abello, nuestra tatarabuela. Pascuala Abello se casó con Victoriano Raimilla. Pascuala y Victoriano eran de La Isla. Habían nacido y se habían criado en Chiloé.

A principios del año 1900, en Chiloé corría el rumor de que los colonos alemanes que se habían asentado en la zona de los lagos eran prósperos. Victoriano Raimilla y Pascuala Abello creyeron en esa historia y decidieron abandonar La Isla y cruzar el mar. Apenas llegaron al continente tomaron rumbo norte por el Camino Real, orillando la Cordillera de la Costa. Partieron desde Maullín hasta llegar a Huilma, donde levantaron una casa a la orilla de un río.

Victoriano Raimilla y sus hijos, de pescadores pasaron a ser peones de fundo y sus hijas, empleadas. En 1920, con trece años recién cumplidos, Filomena Raimilla, nuestra bisabuela, entró a trabajar de empleada puertas adentro en la casa de un alemán. Dos años más tarde, cuando tenía quince, el patrón la embarazó. Volvió a la casa de Huilma a parir a quien sería nuestra abuela: Clara Raimilla. Sin reconocimiento paterno, heredó solo el apellido de su madre. Clara Raimilla, ese era su verdadero nombre, no María Catalina Lagos, como sale en los papeles del registro civil. La vida de mi abuela Clara Raimilla siguió un camino muy parecido al de su madre. Entró a trabajar de empleada en la casa de una familia de colonos, apenas le llegó su primera menstruación. Los alemanes habían levantado sus casas sobre colinas para vigilar el ganado en las pampas donde antes hubo bosque nativo. Pero sus casas de veraneo las construyeron en las riberas de los lagos. Cada verano, durante la cosecha, las familias alemanas se iban a los lagos con sus empleadas y cocineras. Fue así como Clarita Raimilla conoció el Ranco, el Puyehue, el Rupanco y el Llanquihue, mientras cuidaba a los hijos de sus patrones jugando en la arena. Poco después de cumplir los veinte años, la historia se repitió calcada. A Clarita Raimilla su patrón la embarazó. Tuvo que regresar desde Osorno a la casa de Huilma, pero en el trayecto hizo un escala. Pasó al juzgado de Río Negro. En la calle convenció a dos desconocidos para que fueran sus testigos y le pidió a su señoría declarar mediante sentencia que su nombre era María Catalina Lagos. Tal vez, nuestra abuela buscaba con su nuevo apellido, Lagos, limpiar las vergüenzas que le hicieron sentir quizá cuántas veces por su origen huilliche. O tal vez, el oleaje manso de los lagos la maravilló tanto que quiso aliarse con ellos, tomando esa palabra como apellido. No lo sabemos.

Poco después, Catalina Lagos conoció a Inocencio Barrientos, el hombre que diez años más tarde será mi abuelo materno. Se casaron y se fueron a vivir a la Población Carrasco, en Purranque. Criaron cinco hijas y cinco hijos, incluyendo al primero, a quien el patrón nunca reconoció.

Nora Barrientos Lagos, mi madre, es la quinta entre diez hijos. Se educó en el Colegio San Gaspar de la Congregación Preciosa Sangre. La educación que le dieron las monjas la preparó para ser niña de mano. Al igual que sus matriarcas, a los trece años la mandaron a trabajar puertas adentro en la casa patronal de un fundo de alemanes. Mi madre fue la primera niña de la familia que salió de una casa patronal sin estar embarazada. Dejó de trabajar cuando conoció a mi finado padre, José Oyarzo, que vivía en Oromo, en las tierras cercanas al río Forrahue. Entonces dedicó su vida a Paola y a Carol, mis dos hermanas. Y a mí.

La sangre materna es el witral donde se tejen los hilos de la memoria. En Purranque, el tejido familiar de mucha gente tiene lanas de la madeja huilliche. El de mi familia tiene una hebra huilliche y su origen es Raimilla, palabra que en lengua mapuzungun significa ‘Flor de Oro’. En un pasado remoto, cuando los volcanes aún no se apagaban, en mitad de un bosque nativo una mujer huilliche se encontró de repente  con una flor desconocida y única, y se inclinó ante su belleza. La acarició con ternura y le cantó en la lengua antigua, esa que ya muy pocos recuerdan. Mediante ese rito, selló una alianza sagrada con el espíritu femenino que habita en esa flor con aspecto de metal precioso, para que sus hijas y la descendencia de ellas tome para siempre su nombre. Raimilla. Flor de Oro.

Cristian Oyarzo, es lingüista y escritor. Autor de la novela Purranque (2022), publicada por Emecé Cruz del Sur – Grupo Planeta.

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