mayo 7, 2025
Río Oromo - Forrahue

Río Oromo - Forrahue

Cuatro relatos entre la luz, el sueño y la infancia en Purranque. Memorias íntimas con ecos de campo y aprendizaje

1. Sin Luz

Autor: Cristian Oyarzo

Antes, en Oromo no había luz. Cuando niño, la primera vez que caminé de noche por las calles de Purranque quedé deslumbrado con las luces de los postes y el fulgor de los televisores saliendo entre el velo de las cortinas. Esa noche iba de la mano de mi finado padre, y con cada paso que dábamos el resplandor del pueblo se iba quedando más a nuestras espaldas, mientras que a nosotros dos nos iba tragando, de a poco, la oscuridad absoluta del campo. Bajando la cuesta, antes de llegar al puente, me armé de valentía y le pregunté a mi viejo por qué en nuestra casa no teníamos luz. Pero él no era de contestar mucho mis preguntas. Solo dio una pitada más y al hacerlo se encendió la luz que mejor conocí durante toda mi infancia, la de las brasas de su cigarro.

De niño yo viví sobre una colina desde la cual todas las mañanas podía ver rebaños de ovejas pastando entre la niebla, pero no tenía luz. Tenía la ruma de libros que me dejó mi tío Héctor, que tuvo que huir de Chile en 1973, y cuando terminé de leer el último libro, continuaba triste porque no tenía luz. Cualquier domingo podía dormir la siesta bajo la fronda de los cerezos, manzanos, ciruelos y maquis que rodeaban mi antigua casa, pero no tenía luz. En el verano, podía nadar todo el día en las aguas del río y quedarme chuteando en la pampa hasta que la pelota no se viera, pero al volver a casa y entrar en la penumbra de los chonchones y las velas, no podía evitar ponerme triste porque no tenía luz.

Hace muy poco, en febrero, todo Chile se quedó a oscuras. Ahora ya no vivo en Purranque, vivo en Santiago. Encendí una vela y comencé a leer un nuevo libro. Como cuando era niño.

Cristian Oyarzo, es lingüista y escritor. Autor de la novela Purranque (2022), publicada por Emecé Cruz del Sur – Grupo Planeta.

sin_luz

2. Liceo

Autor: Cristian Oyarzo

Ahora se llama Liceo Bicentenario, antes se llamaba Liceo B-23. La jornada era completa y en dos tiempos. En la mañana iban los grandes, en la tarde los niños. La gente de La Población Carrasco les decía liceanos solo a los de la media. “Apúrate, que ya salieron los liceanos, van a tocar la campana”. Los liceanos salían después de las una, en una gran marcha pingüina, desde el portón de entrada hasta el mismo Trébol, en la vieja carretera. Mientras tanto, los cabros chicos de La Malao entraban, abriéndose paso entre las matas de murras y los alambres cortados del cerco por detrás de la cancha. Cuando llegábamos a la sala, las sillas todavía estaban calientes. “Semanero, tienes que llegar más temprano para recoger la mugre y sacudir la almohadilla”. En el patio, las filas ordenadas desde el más chico al más alto. El himno nacional cada lunes y la campana resonando hasta el bosque de pinos de la derechuras que llevan hacia el Puente Oromo.    

Hubo un marzo en que volvimos a clases y había baños nuevos. Wenco era la marca de las tazas, me acuerdo. A los de la básica nos tuvieron que enseñar a tirar la cadena. Es que de eso se trataba. De aprender a ser limpio y respetar. No decir lisuras, no armar mochas, no andar con las orejas cochinas ni con piñén en las patas ni los mocos colgando. Y masticar con la boca cerrada la comida de la Junaeb.

Pero también una tarde en tercero básico, Huentrutripai se quedó tan dormido en la sala que se largó a roncar. Nuestro profesor, Don Leonidas Álvarez, nos sacó a todos, con su dedo índice sobre la boca prohibiendo decir nada o despertarlo con nuestras risas. Después nos hizo sentarnos en círculo en el pasto detrás del arco que daba hacia La Malao. Nos explicó que Huentru se levantaba de madrugada a ayudarle a lechear a su padre. También nos explicó las fases del sueño y lo importante que es dormir las ocho horas. Después nos dejó jugar libres. Estaba recién empezando el mes de diciembre. Nos pusimos a atrapar colihuachos y quechemas.

Cristian Oyarzo, es lingüista y escritor. Autor de la novela Purranque (2022), publicada por Emecé Cruz del Sur – Grupo Planeta.

Liceo-B23 Purranque

3. Trafia Pewma

Autor: Cristian Oyarzo

En el sueño me vi a mi mismo en la cocina de la vieja casa de Oromo-Forrahue, la de cuando era chico, la que quedaba arriba de la cuesta. Era de noche y había una oscuridad de aquellas que solo hay en el campo cuando hay niebla y no hay luna. De pronto escuché los ecos de los rebotes de una pelota de fútbol, ecos que provenían desde la cancha que estaba junto al río. Yo pensé: “cómo puede ser que estén chuteando en esta noche tan cerrada”. Quise ir. Bajé caminando por el camino de piedras, a tientas. A medida que avanzaba, los ecos de la pelota se sentían más fuertes y a intervalos regulares, como golpes de cultrún. Entonces, escuché también los pasos de alguien que venía caminando en sentido contrario al mío. Sentí miedo —sentir miedo es lo primero que se aprende en el campo—. El ruido de los pasos sobre la piedra suelta me indicaba que esa persona ya estaba cerca, pero yo seguía sin verlo. Pero el miedo de pronto cesó y fue porque esos pasos me resultaron familiares, los reconocí. “Son los pasos de mi viejo”, pensé. Y me sobrevino una emoción tan grande que me sacó del sueño y ya en vigilia, sentado sobre mi cama, pude disfrutar por unos minutos la sensación de estar escuchando todavía el ruido que metía mi finado padre al caminar. Sin embargo, con las horas esa sensación se ha desvanecido completamente y ya no puedo evocarla. Lo extraño es que no siento tristeza en lo más mínimo. Lo que siento es asombro, asombro de saber que ese conocimiento, el ruido de los pasos de mi viejo al caminar sobre el lastre, están guardados en algún rincón de mi memoria. Trafia pewma significa “sueño de anoche”.

Cristian Oyarzo, es lingüista y escritor. Autor de la novela Purranque (2022), publicada por Emecé Cruz del Sur – Grupo Planeta.

trafia pewma

4. Primera chamba

Autor: Cristian Oyarzo

Mi primer trabajo con sueldo y horario lo conseguí el verano de 1988, cuando tenía 13 años. Me enteré de que un colono alemán estaba contratando gente para ralear remolacha en su fundo. Partí a presentarme con mi herramienta al hombro. El trato de trabajo lo cerré con el capataz, un huilliche de pocas palabras. “50 centavos el metro raleado”, fue todo lo que me dijo. Me extrañó la medida monetaria porque los centavos ya estaban fuera de circulación, pero quería ganar plata. Acepté el trato sin chistar. De ralear remolacha yo manejaba solo la teoría, pero en ese momento me dio vergüenza hacer preguntas.  Apenas me señaló mis melgas, empecé a trabajar. Después de un par de horas, mientras avanzaba con la cabeza gacha imaginando en qué me iba a gastar la plata ganada, el capataz apareció por mi lado. Se quedó mirando lo que yo llevaba hecho y dijo rotundo:  “¡Alguien aquí está trabajando como las güeas!”. No recuerdo si fue al siguiente día o al subsiguiente que me echaron de la pega. Volví a quedar cesante porque nunca progresé en la faena de ralear remolacha.

Cristian Oyarzo, es lingüista y escritor. Autor de la novela Purranque (2022), publicada por Emecé Cruz del Sur – Grupo Planeta.

chamba oromo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *