Radiografía de la fe

Autora: Marianela Mancilla Andrade
Bajo el cielo infinito que cubre las cabezas de los viejos sureños, siempre hay un sueño, una esperanza, una fuerza que todo lo ve, que todo lo sabe y que los mantiene fieles, firmes e incólumes.
- Achichio mier!, se sobrecogen los hombros, antes de retirar uno a uno los anillos de la estufa para encender el fuego. Ese receptáculo de fierro y lata, las antiguas y mejores según la finada de mi mami, unas que tenían ladrillos por dentro, entre capa interior y exterior de latas y fierro. La alcahueta de todas las conversaciones familiares, una que cuece el pan, que hierbe sin descanso y por horas el agua de un perol que hierve las sabanas, los manteles, servilletas blancas, las blusas de colegio y los calcetines.
- Jueeee! Por una ventanilla maltrecha la alfombra blanquecina de la escarcha se adentra en los viejos ojos y nuevamente la desolación se apodera de los pensamientos. Algunas palabras escapan humeantes, el resuello entrecortado.
- Unas papas no mas serán poh, con picante. Pares que hay manteca e chancho por ahí también pa unos milcaos y harina. Ahhhh, pero pa freír no alcanza la manteca, grasa no más…mmm.
De madrugada el frío corroe el cuero mestizo, aunque ella dice que española, por lo de las canas y por lo de García Valenzuela. Achata la nariz moquillenta y un cigarro maloliente siempre acompaña el mate, con yerba nueva eso sí, no puede ser lavado tan de mañana.
Las botas de goma esperan pacientes y frías al costado de la escalerilla embarrada, resbalosa y de maderas enmohecidas. Aun queda agua en los baldes, de todos modos, antes del anochecer que será a eso de las cinco de la tarde, habrá que volver a sacarla del pozo. Esta vez tendrán que ser unos 3 a 4 baldes llenos, porque si llueve mas tarde, no se sabe cómo amanecerán las tablas que rodean el pozo, diosito no lo quiera, pero se pueden ir guarda abajo con alambres y todo.
Hace rato que las gallinas cacarean invadiendo locamente la geografía local de un sonido que se lleva el viento norte hacia el bosque contiguo, abre la puertecilla de coligues enredados en malla de alambre fino, rasgándose una vez más los dedos delgados pero de grueso pellejo.
- ¡Cada vez la misma wea! Y esa maldición recorre la paja de los nidos casi vacíos, como una venganza contra la miseria que ronda el lugar, a pesar de su fe.
- ¡Estas gallinas de mierda no ponen ni una wea!, chichichos los huevitos, ¡parecen de codornices las chuchas! Es verdad y eso que en el último tiempo se les ha comprado un poco de trigo en el molino, después que se terminó el que había ido a sacar a los barbechos del gringo en el verano. Cuanto más les podía durar, el invierno aquí es mas largo que en cualquier otro lado que conoce. Nunca ha dicho cuales son esos lugares, de dónde viene, quienes fueron sus padres, porque no es de hablar mucho, ni de enseñar, ella dice que uno tiene que aprender mirando, que así aprendió ella.
Bueno, diosito no mas sabrá, hasta cuando vamos a durar, piensa y masculla entre dientes. Le preocupan la parva de chiquillos que se las emplumaron recién para la escuela. Puede que con ese estudeo sean mas que uno, sigue incesantemente mordisqueando entre pitada y pitada, mirando la negrura del cielo, desde sus ojos vidriosos, desde las viseras blancas de sus cejas irregulares, mateando, fumando y siempre, pero siempre, creyendo.
Marianela Mancilla Andrade, Licenciada en Educación, Profesora de Educación Básica, Magíster en Comprensión Lectora y Producción de Textos y escritora oriunda de la localidad de Corte-Alto. Actualmente se desempeña como Profesora Jefe de un segundo ciclo de Educación básica de una aula multigrado en la Escuela Especial Oncológica del Hospital Roberto del Río.