PERIMONTUN: RELATO DE UNA VISIÓN

PERIMONTUN: RELATO DE UNA VISIÓN
Autor: Cristian Oyarzo
Siendo niño, un día hubo gran alboroto en el gallinero de nuestra casa en Oromo. Pensando que se trataba de un zorro que había saltado el cerco para hacer de las suyas, agarré una estaca y fui a ver qué diantre pasaba. Entré y vi que todas las gallinas estaban encaramadas en lo más alto de los colihues, con las crestas casi tocando el techo, como si un animal feroz a ras de suelo las estuviera amenazando. Pero no había nada. No había ngürü, ni quique, ni huiña. Conté mis gallinas y estaban todas: las trintres, las ketro, las castellanas, las kolloncas y las cogote pelado. No faltaba ninguna, y estaban todas bien, sin señal de haber sido mordidas. No conforme con eso, me puse a revisar uno por uno los nidales, no vaya a ser que el bicho estuviera fondeado. Con un palo escarbé y revolví la paja uno por uno, hasta que de repente sentí algo raro. Desarmé el nido y metí la mano para saber mejor. Calientito, como recién salido del horno, palpé un huevo, el huevo más raro que he visto en mi vida. Era más pequeño que un huevo normal y no era ovalado. No parecía de gallina, ni de bandurria, ni de treile, ni de perdiz, ni de ningún otro pájaro que yo conociera. Este huevo era perfectamente redondo, como una pelota de ping-pong. Las gallinas seguían espantadas. Ahuequé mis manos y lo llevé a la casa para enseñárselo a mi mamá. El cacareo que armó mi vieja al verlo fue peor que el de las gallinas. De un manotazo me quitó el huevo y lo lanzó de inmediato al fogón. Me quedé viendo cómo el huevo se quemaba. Cuando ya no era más que una penca de carbón y brasas, me animé a preguntarle: ¿oye, qué diantre? Ella acercó su boca a mi oreja y hablando bajito, como si tratara de algo cuyo nombre no hay que mentar, me dijo:
—Ese huevo, hijo, lo engendró el gallo. Era un huevo de culebrón.
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En el sur de Chile hay poblaciones con nombres de estados gringos, porque fueron ellos los que donaron la plata para construir las mediaguas que se levantaron después del terremoto de 1960. Eran mediaguas de emergencia, pero al final quedaron como viviendas definitivas. En Purranque la población se llama Kansas. En Casma, un pueblo cercano a Frutillar, la población se llama Kentucky. Mis mejores amigos que tuve en la enseñanza media vivían en Casma. César Huenuqueo y su primo Manasés Huenuqueo. Los primos Huenuqueo solían invitarme a pasar el verano con ellos. En la población Kentucky de Casma vivía la abuelita de uno de ellos. Un verano, ella había estado malita de salud, según recuerdo, y una tarde fuimos a visitarla, a hacerle compañía. En algún momento quedé solo con ella en la cocina. Siempre he tenido facilidad para sacarle conversación a la gente anciana, tengo paciencia. Entre mate y mate me contó historias antiguas, de los tiempos en que la fábrica del lino le daba trabajo a todo el pueblo y hasta el tren se detenía a recoger gente en la estación de Casma. Cuando sentí que había confianza, le hice la pregunta:
—¿Usted se quedó ciega hace mucho?
Se quedó en silencio por un instante que me pareció eterno. Yo ya le iba a pedir disculpas por haberle tocado el tema de su ceguera, cuando hizo señal de que quería responder. En su relato me llevó a un día lejano de su niñez. El pueblo de Casma todavía no existía como tal, no había escuela, ni iglesia, ni posta. Todo era campo. A su familia se le había acabado el azúcar en la casa, y su mamá la mandó donde unos vecinos a pedir prestado. Para llegar a la casa de los vecinos había que atravesar un monte y una ciénaga por un estrecho sendero. Al venir de vuelta con la taza de azúcar, y mientras iba por el sendero del pantano, sintió ruidos como de pisadas de animal entre las matas de los juncos y las cortaderas. Pensó que podía ser un ternero que andaba pastando, o un chancho extraviado, o una oveja que se había apartado del rebaño. Pero no. No era ni un ternero, ni un chancho ni una oveja. El animal cruzó el sendero a metros de ella, cortándole el paso. La abuelita le dio un último sorbo a su mate y comenzó a describirme el animal en todos sus detalles. Tenía una cabeza como de caballo con crines y una cresta sagital. Avanzaba como reptando, y al hacerlo emitía una especie de silbido agudo. Su cuerpo era ancho como el de una culebra muy gruesa, pero tenía pequeñas patas con la misma forma que las que tienen las lagartijas. El bicho se le atravesó y giró su cabeza y por un instante la quedó viendo directamente a los ojos. Una especie de luz que salía de su frente la encandiló. Volvió a girar su cabeza y continuó su marcha internándose rápidamente al otro lado del pantano. El terror que sintió en el minuto que duró ese perimontun me lo resumió en una sola palabra: frío. Llegó a su casa con el azúcar. Pero el miedo que sentía le quitó las fuerzas para contarle a nadie lo que sus ojos habían visto.
—Me quedé ciega siendo niña, hijo. Vi algo que no había que ver.
Notas
(1) El libro Diccionario etimológico de voces chilenas derivadas de lenguas indígenas americanas de Rodolfo Lenz (1910) en su página 574 dice que ‘perimontun’ es una palabra de origen mapuche que refiere a la experiencia de una visión sobrenatural y extraordinaria de un fenómeno que puede ser de mal agüero.
(2) El registro escrito más antiguo de la palabra ‘perimontun’ está en el libro Arte de la lengua general del Reino de Chile de Andrés Febrés (1765). En él se dice que ‘perimontun’ es cosa extraordinaria que se ve, pez o pájaro o reventazón de volcán, etc. id. milagro, cualquiera cosa sobre las fuerzas de la naturaleza, o cosa que nunca se ha visto.
Cristian Oyarzo, es lingüista y escritor. Autor de la novela Purranque (2022), publicada por Emecé Cruz del Sur – Grupo Planeta.
Me gustó mucho el primer cuento 😍
Me alegra que le haya gustado el relato, María. Muchas gracias por compartir su opinión.